martes, 18 de agosto de 2009

Comentario de Heriberto López para Panorámica de "Fragmentos de una Memoria"

ANA FERNÁNDEZ, ESCRITORA ARGENTINA
Fragmentos de una Memoria.
Editorial Dunken, Buenos Aires.

Ana Fernández ha publicado una novela que es una invitación a la reflexión sobre el exilio. La memoria, no es sólo lo que ha sucedido con las emociones y los sentimientos, su manera de anclarse en la historia personal y la forma de volverse olvido de lo vivido, sino también lo guardado para darle al dolor su espejo más cercano.


El cuerpo recuerda con dificultad lo sucedido, de allí nace el enunciado fragmentado que se va dando en un fluir desde palabras, que buscan su acomodo, su mejor significación, la variante de una acepción en la que parecen decir de la manera más próxima a lo sucedido, el cómo de un lenguaje que no se atreve a decir a boca Ilena.

El personaje protagonista da al texto una marca autobiográfica que es a la vez la voz que autentica los procedimientos. Se trata de una novela que no se escribió, es lo dicho casi al borde de la asfixia «...nunca la terminé... » de la página 36. Ese « nunca la terminé » se explica luego en la página 38 cuando aclara «...debía recuperar los fragmentos de esa memoria... »
Recuperar
El verbo utilizado tiene la marca de lo definitivo. En el diccionario de autoridades la primera acepción es « volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía ». Alguien tomó lo que teníamos, alguien nos despojó de lo habido y por eso sólo queda un fragmento de memoria. La violencia que hay en « recuperar » nos dice que algo falta, las cosas, las personas, los rastros de la memoria. La sexta acepción de « recuperar » dice « volver alguien o algo a un estado de normalidad después de haber pasado por una situación difícil ». Regresar a la normalidad impone, como axioma, que lo sucedido es anormal. El ultraje hecho a la República Argentina generó una anormalidad de lo vivido. «...debía recuperar los fragmentos de esa memoria... » es la teoría de la multiplicidad narrativa que leemos.

En la página 93, « Pensaba que Pablo tenía apariencia humana, pero muchas veces, ella dudaba que ésa fuera su verdadera condición », la frase no deja de ser una parte del espanto de la pérdida de identidad propia a quien « vive » un exilio. El aparato argentino de represión de aquellos años, recordemos el informe Sábato, era una cosa que quitaba la humanidad, las personas perdían su cualidad decisiva para ser tratados como cosas, una especie de « matadero », alimento de la fosa común, o de tiburones.
Una novela del exilio
El texto recurre con afanosa intención a la descripción sociológica e histórica, no se trata sólo del fundamento narrativo del hecho literario sino de un asentar por partida doble la significación del exilio. El exilio produce una herida en la estima, en la valoración del yo, en el espanto que significa la pérdida de lo « mío ». El exilio es también un engranaje lingüístico que se piensa a varias voces. Ana Fernández nos deja sentir la impresión de escribir palabras que pierden valor o que sólo pueden recuperar su significado cuando mantienen la ilusión, como se da en la evocación del origen mítico del tango.
« Eran otros tiempos, otras costumbres. Los años pasaban plácidos... », se nos anuncia al comienzo de la narración, a aquellos tiempos correspondía un lenguaje que se había afianzado, que no había sufrido la marca de lo inesperado propio a la catástrofe. Como en un guiño, Ana Fernández cita un verso de Tunón » ¿Rosita de la que todos los ladrones estaban enamorados?»
Ana Fernández se guarda de caer en la trampa de lo sumamente claro « Comprender lo que sentimos es difícil. Expresarlo y que desde sus propios universos complejos, los otros lo descifren, es casi imposible » de ésta manera el texto se cierra invitándonos a la reflexión, a esa escritura del lector que existe en toda narración literaria.
El exilio se transforma en la narración en una huída de sí misma y hacia la muerte. La abuela ha preparado, como en un final del juego, los detalles de la desesperanza y la decisión final. La narración nos sugiere que se puede morir, una y dos veces, nos advierte sobre lo engañoso de las semejanzas y nos deja en heredad la extrema vigilancia sobre la vida en manos de militares.
De un país al otro, lugares, olores y sensa­ciones se parecen, de pronto un café de Bruselas era igual o semejante a uno de Buenos Aires y esa familiaridad era la que permitía vivir en el desamparo y la huída.

Heriberto López, escritor colombiano Redacción Panorámica

No hay comentarios:

Publicar un comentario